Si algo diferencia la clínica en la que Hugo Chávez estaba ingresado
en Cuba con el Hospital Militar de Caracas es que el segundo parece algo
más accesible, por más que se esfuercen en fortificarlo.
Con un trajín constante de pacientes, empleados y proveedores
entrando y saliendo, no es difícil intuir que las autoridades van a
tener algo más de dificultad en mantener el severo hermetismo que hasta
ahora rodeaba lo que tiene que ver con la enfermedad del presidente
venezolano.
De hecho, las incursiones de algunos periodistas ya lo han
demostrado, para indignación de las autoridades y comunicadores de los
medios estatales, que han arremetido contra quienes acusan de perturbar
la tranquilidad de los pacientes.
En cualquier caso, de momento, la llegada de Chávez a Caracas no ha
significado mayor información sobre los detalles de su enfermedad. De la
vuelta no hay imágenes y los reporteros que han entrado han obtenido
poco más que descripciones de pasillos y declaraciones de empleados
diciendo que no saben nada.
Infiltrados. Fuera del hospital ya no están las decenas de chavistas que celebraban el regreso del presidente.
El lugar elegido por el gobierno para continuar con el tratamiento
del presidente Chávez se encuentra en una zona popular del oeste de
Caracas.
Al llegar, aunque discreto, se puede apreciar el despliegue de
policías, guardias nacionales y agentes de inteligencia dispuestos en
varios cordones de seguridad.
En la entrada es constante la fila de unas pocas decenas de personas
que aguardan para atravesar el control instalado por militares, algunos
de ellos con la característica boina roja de la guardia de honor
presidencial, los encargados de la seguridad del mandatario.
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